Y me sobrevino la gran serenidad de la permanencia.
Porque nada puedes esperar si las cosas no duran más que tú. Y me recuerdo de esa población que honraba a sus muertos. Y la piedad sepulcral de cada familia, uno después de otro, recibía a los muertos. Y ellas eran las que establecían esta permanencia.
-¿Sois felices? -pregunté.
-Y cómo no serlo, sabiendo dónde iremos a dormir.
Cap LXXXII
domingo, 2 de marzo de 2008
El sentido de la muerte (I)
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