Porque volvió a verme ese profeta de duros ojos que noche y día abrigaba un furor y que, por añadidura, era bizco:
- Conviene -me dijo- obligarlos al sacrificio.
- Verdad -le respondí-, porque es bueno que una parte de sus riquezas les sea quitada de sus provisiones, empobreciéndolos un poco, pero enriqueciéndolos con el sentido que éstas tomarán entonces. Porque no valen nada para ellos, si no forman parte de un rostro.
Pero él no escuchaba, enteramente ocupado por su furor.
- Es bueno -decía- que se hundan en la penitencia...
- Verdad -le respondía-, porque al faltarles el alimento los días de ayuno, conocerán la alegría de salir de él, o se harán solidarios con los que ayunan por fuerza, o se unirán a Dios cultivando su voluntad, o simplemente evitarán volverse demasiado gruesos.
Entonces el furor lo arrastró:
- Ante todo es bueno que sean castigados.
Y comprendí que no toleraba al hombre más que encadenado sobre un camastro, privado de pan y de luz, en una celda.
- Porque conviene -dijo- extirpar el mal
- Te expones a extirparlo todo -le respondí-. ¿No es preferible antes de extirpar el mal, aumentar el bien? ¿E inventar fiestas que ennoblezcan al hombre? ¿Y vestirlo con vestiduras que lo tornen menos sucio? ¿Y nutrir mejor sus niños para que puedan embellecerse con la enseñanza de la plegaria sin absorberse el padecimiento de sus vientres?
Porque no se trata de limitar los bienes debidos al hombre, sino de salvar los campos de fuerza que gobiernan su calidad y los rostros que hablan a su espíritu y a su corazón.
Aquellos que pueden construirme barcas, los haré navegar en sus barcas y pescar los peces. Pero aquellos que pueden botar navíos, los haré botar navíos y conquistar el mundo.
- Entonces ¡deseas podrirlos por las riquezas!
- Nada de lo que es provisión hecha me interesa, y tú no has comprendido nada -le dije.
Cap. CXL
martes, 8 de septiembre de 2009
Intolerancia (I)
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
No hay comentarios:
Publicar un comentario