Mi pueblo amado, has perdido tu miel, que es, no de las cosas, sino del sentido de las cosas, y si experimentas todavía la prisa de vivir, ya no encuentras el camino. He conocido a aquel que era jardinero, y al morir dejaba un jardín inculto. Me decía: "¿Quién podará mis árboles..., quién sembrará mis flores...? Pedía unos días para construir su jardín, pues poseía las semillas de las flores, bien seleccionadas, en su reserva de semillas, y los instrumentos para abrir la tierra, en el almacén, y el cuchillo para remozar los árboles pendido a su cintura; pero sólo eran objetos dispersos que no tenían sentido de un culto. Y tú lo mismo con tus provisiones. Con tu rastrojo, con tus semillas, y tus envidias y tus piedades y tus disputas, y tus viejas próximas a morir, y tu brocal del pozo, y tu mosaico, y tu agua cantarina que no has sabido fundir todavía, por el milagro del nudo divino que anuda las cosas y sacia el espíritu y el corazón, en un poblado y su fuente.
Cap. CLXXVII
viernes, 6 de febrero de 2009
El sentido de las cosas I
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