En el post de hoy, continuación del capítulo anterior, Saint Exupéry nos completa su visión del Hombre como un proyecto, como un camino hacia una meta que quizá nunca se alcance, eso no importa, pero que es la que marca nuestro crecimiento, como un árbol...
Pero hay árboles de la ciudad que el viento de arena no amasa. Hay hombres débiles que no pueden superarse. Hacen su felicidad con una felicidad mediocre, luego de haber suicidado la parte noble. Se detienen en una posada para toda la vida. Han abortado de sí mismos. Y poco me importan qué es de ellos o cómo viven. Renuncian a escuchar la voz de Dios que es necesidad, búsqueda y sed inexpresable. No buscan el sol como lo buscan ene el espesor de la selva esos árboles que jamás lo lograrán como provisión o reserva porque la sombra de los otros ahoga cada árbol, persiguiéndolo en su ascensión, modelados como columnas, gloriosos y lisos, brotados del suelo y transformados en potencia por la persecución de su dios. Dios no se alcanza; pero basta que se proponga, para que el hombre se construya en el espacio como un ramaje.
Cap. XLIX