-Quiero que amen -terminó diciendo- las aguas vivas de las fuentes. Y la superficie tersa de la cebada verde recosida sobre las resquebrajaduras del verano. Quiero que glorifiquen la vuelta de las estaciones. Quiero que se nutran, semejantes a frutos acabados, de silencio y lentitud. Quiero que lloren largo tiempo sus duelos y que honren largo tiempo a sus muertos, pues la herencia pasa lentamente de una a otra generación y no quiero que pierdan su miel en el camino. Quiero que sean semejantes a la rama del olivo. La que aguarda. Entonces comenzará a hacerse sentir en ellos el gran balance de Dios que viene como un soplo a probar el árbol. Los conduce y vuelve a través del alba a la noche, del verano al invierno, de las cosechas que despuntan a las cosechas entrojadas, de la juventud a la vejez; de la vejez luego a los nuevos niños.
Cap. I
sábado, 15 de marzo de 2008
El sentido de la vida (III)
Antes de seguir con el sentido de la muerte, volvamos a las enseñanzas sobre la vida del padre del Caíd de nuestra Ciudadela.
domingo, 2 de marzo de 2008
El sentido de la muerte (I)
Y me sobrevino la gran serenidad de la permanencia.
Porque nada puedes esperar si las cosas no duran más que tú. Y me recuerdo de esa población que honraba a sus muertos. Y la piedad sepulcral de cada familia, uno después de otro, recibía a los muertos. Y ellas eran las que establecían esta permanencia.
-¿Sois felices? -pregunté.
-Y cómo no serlo, sabiendo dónde iremos a dormir.
Cap LXXXII
Suscribirse a:
Entradas (Atom)