domingo, 8 de noviembre de 2009

El sentido de las cosas: amar

El capítulo 94 es muy extenso, y es otro de los que repiten varias veces, como si fuera una recopilación de apuntes o ideas para el libro que nunca terminó Saint Exupéry. Empieza el capítulo con una frase que no entendemos hasta el final: "Que ella se marche y todas las cosas cambiarán". A continuación nos habla del sentido de las cosas, que tienen más valor que las cosas en sí, ilustrándonos con múltiples ejemplos. Al final, vuelve a hablar del sentido del amor:

Cuando en la tristeza de las noches cálidas, de retorno de las arena, visitas el distrito reservado y escoges una mujer para olvidar el amor, y la acaricias y escuchas que te habla y responde, sucede que una vez consumado el amor y aunque sea bella, vuelves a partir despojado de ti mismo y sin haber formado un recuerdo.
Pero si sucede que la misma en apariencia, con los mismos gestos, con la misma gracia, con las mismas palabras, era una princesa proveniente de una isla por el hilo de lentas caravanas, bañada quince años en la música, en el poema y en la sabiduría, y permanente y sabiendo arder de cólera ante la afrenta y arder de felicidad ante las pruebas, y rica por poseer una parte irreductible, llena de dioses que no sabría traicionar, y capaz de ofrecer al verdugo su gracia extrema por una sola palabra exigida de ella, que ella desdeñará decir, tan bien fundada en su nobleza que su último paso será más patético que una danza, si sucede que es aquella que, cuando entras en la sala de luna con lajas relucientes donde te aguarda, abre para ti sus jóvenes brazos, y pronuncia las mismas palabras, pero que serán ahora expresión de un alma perfecta, entonces yo te digo: volverás a partir al amanecer hacia tus arenas y tus zarzas, no ya el mismo, sino convertido en cántico de acción de gracias. Porque no pesa el individuo con su pobre corteza y su bazar de ideas sino que ante todo cuenta el alma más o menos vasta, con sus climas, sus montañas, sus desiertos de silencio, sus fuentes de nieves, sus vertientes de flores, sus aguas durmientes, toda una caución invisible y monumental. Y es de ella donde extraes tu dicha. Y ya no puedes evadirte de ella. Porque no es lo mismo navegar sobre el magro río, aunque cierres los ojos para gustar de tu balanceo, que viajar sobre el espesor de los mares. Porque no te produce el mismo placer, aunque el objeto sea semejante, el falso diamante que el diamante puro. Y la que calla delante de ti, no es igual a la otra en la profundidad de su silencio.
Y no te equivocas.
Cap XCIV